Enseñanza en privación de Libertad
La educación y la vocación docente te
pueden llevar por caminos impensados “Como seres humanos participamos en transformar el
mundo y esto ocurre cuando incidimos en nuestro entorno y logramos darle valor”.
Nahuel Otero es Profesor en Ciencias Económicas y Contador Público y desde el año 2004 ejerce la docencia en ambientes de privación de la libertad;
específicamente en la Unidad Penal N°2 de la Ciudad de Gualeguaychú en donde
funciona un colegio secundario, la Esja N°10; la cual permite a las personas
privada de su libertad terminar con sus estudios secundarios y obtener el
título de Bachiller con orientación en Economía y Administración de empresas.
En diálogo con Semanario el Profesor
Otero brindó detalles sobre esta particular forma de ejercer la docencia:
¿Que motiva ejercer la docencia en un
ambiente de privación de libertad?
Creo que la respuesta a esta pregunta
se encuentra en la vocación docente: “el docente tiene en sus manos la posibilidad de cambiar el mundo con
sus enseñanzas, con sus palabras y sus gestos; mediante una educación libre de
prejuicios e integradora de todas las personas para construir una sociedad
mejor”.
La educación tiene esa particularidad: te abre puertas y caminos que muchas veces
son impensados y que te permiten construir mejores modalidades de convivencia y
elevar la calidad de nuestra existencia. La Unidad
Penal N°2 ubicada hoy en el corazón de nuestra Ciudad vuelve impactante el
paisaje con sus viejos paredones y rejas oxidadas y pocos saben que alberga en
su interior un pequeño lugar, una humilde escuela, en donde se forjan sueños e
ideales de una vida mejor.
Es indudable que la educación dentro de una unidad penal se
presenta como algo novedoso y que mezcla un poco de aventura, de novedad y
hasta te diría un poco de fascinación por conocer un mundo oculto a la sociedad
y que genera muchos tabúes. Es abrir una puerta a un ambiente
educativo donde uno jamás, hubiera planificado desarrollar su carrera
profesional.
¿Como es un día de clases tras las rejas?
Llevo 15 años formando parte de un cuerpo
docente integrado por Profesores y Profesoras que desarrollamos nuestra
actividad en el Colegio secundario que funciona dentro de la unidad Penal N°2
en donde los internos/ alumnos tienen la posibilidad de terminar sus estudios
secundarios. El impacto que genera tener que recorrer un largo y húmedo pasillo,
pasar tres rejas hasta llegar al colegio y que las mismas se vayan cerrando en
la medida que avanzas es muy fuerte desde lo emocional. Somos un grupo de
“docentes tras las rejas”, que todos los días ingresamos a la unidad
penal y que por un par de horas compartimos
con nuestros alumnos la sensación de estar privados de la libertad, siempre
con el simple afán y con el deseo de mejorar la realidad de los alumnos
que asisten, entendiendo que el Ser no está
detrás, sino que se constituye en las posibilidades de cultivar el alma,
incrementando el valor del aprendizaje como el camino de la transformación
personal.
Ya en la Escuela el docente desarrolla
su tarea como en cualquier institución educativa, con un contacto directo con
el alumno, sin rejas de por medio y sin guardias. La escuela se transforma de esta manera en un reducto dentro de la
unidad penal donde se respira libertad, donde la comunidad educativa puede
atreverse a volar y a soñar a través del conocimiento y la lectura.
La finalización de la jornada educativa
es otro momento muy particular y que genera muchas sensaciones encontradas; el
chirrido de las rejas que antes se cerraban a nuestro paso ahora se abren, los
alumnos regresan a sus pabellones a seguir cumpliendo con sus condenas y los
Profesores respiramos la suave brisa de la libertad dejando atrás esa enorme
mole de cemento que tantas historias y secretos guarda tras sus paredes.
¿Como es el funcionamiento del Colegio
dentro del Penal?
Se trata de una institución educativa
que funciona dentro de otra institución como lo es el Servicio Penitenciario,
en donde el docente tiene que adaptarse a las normas de funcionamiento y de
seguridad de la unidad penal. Existe un trabajo de coordinación permanente
entre el cuerpo docente y los Agentes del servicio Penitenciario ya que son
éstos quienes buscan a los alumnos en sus respectivos pabellones para que puedan
asistir a clases.
La educación en ambientes de privación
de libertad rompe el molde de la educación convencional, se pierden elementos
tradicionales de las escuelas como lo son el timbre o la campana y se los
reemplaza por un simple golpeteo de
candado o de cerrojo contra una reja para solicitar la apertura o la salida
de la escuela. Las pizarras y borradores son construidos por los propios
alumnos dentro de los distintos talleres que funcionan en la unidad penal. La
vieja biblioteca, con libros antiquísimos y aromas a papiro, se transforma en
el centro de reunión donde profesores y alumnos diagramamos las actividades a
realizar.
¿Como es el trato con los alumnos?
En todos los años que llevo como
docente en la Unidad Penal he tenido alumnos de distintas latitudes y con
distintos tipos de delitos cometidos que los han llevado a estar privados de la
libertad. Siempre encontré gratitud de parte de los alumnos hacia la función
que me tocaba cumplir como docente. Uno
debe despojarse de la mochila de los prejuicios y ver que la persona que
tiene enfrente es un alumno que busca formarse dentro de un ambiente donde le
toca estar purgando una condena. Al
docente no le debe importar el delito que el alumno haya cometido, lo que le
importa es que ese alumno busque superarse y que deje atrás un pasado que le ha
sido turbulento.
El paisaje formado por grandes muros y
alambres de púas entrelazados, las torres de control y sus reflectores
apuntando hacia distintas direcciones, los gruesos barrotes coronando las
ventanas son el ámbito en donde la educación carcelaria genera una respuesta
que hace tambalear el orden de prioridades y de valores que uno posee. Uno
ingresa a dictar clases al penal con la vorágine del día a día, con los
problemas cotidianos que a todos nos afectan y te encontras con alumnos que
dejan caer sus lagrimas o se hallan deprimidos por no poder ver a sus familias
o por no poder asistir al cumpleaños de sus hijos. Son situaciones que te
llevan a meditar sobre lo que verdaderamente es importante: muchas veces tenemos todo al alcance de
nuestras manos y no hacemos un alto para valorarlo y disfrutarlo. La persona despojada de su libertad física
busca aferrarse a sus afectos más profundos y vive con mucho dolor e
infelicidad su ausencia. La familia es un tema recurrente en nuestros
alumnos, sus añoranzas y recuerdos y los sueños de un futuro mejor son el
principal motor de motivación para comprender que existe una libertad que no se
pierde: la libertad espiritual.
La lluvia, el frio o la niebla del
invierno que recorre los pasillos de la unidad penal no son impedimentos para
asistir a la escuela. Los alumnos privados de la libertad siempre están y coinciden
en que “entrar al mundo del delito es muy sencillo pero salir del mismo se
vuelve algo muy complejo”, saben que el proceso de reinserción social
no es sencillo. Que los sueños y planes de una vida mejor y dentro del marco
legal vigente se desintegran frente a una sociedad que estigmatiza y que mira
con gran desconfianza el paso por prisión.
Me ha resultado muy gratificante el
haberme encontrado en la calle con personas que ya cumplieron su condena y que
fueron mis alumnos en la unidad penal y que se han acercado a saludarme y
charlar. El hecho de escuchar de ellos que han podido rehacer sus vidas y que la
educación fue su escapatoria en esos difíciles momentos se transforma en una
caricia al alma, en un reconocimiento invalorable para quienes ejercemos la
docencia en ambientes de privación de libertad.
La educación carcelaria muchas veces no
es aceptada ni comprendida por una parte de la sociedad que sostiene que los
penales son un ámbito de castigo y no de formación. Pero el verdadero docente
ama su profesión y de manera silenciosa, sin importar el ámbito ni los
recursos, desarrolla su vocación comprendiendo que la libertad es un hecho
interior que se vive a través de la educación, como maravillosamente sostenía Antoine de Saint-Exupéry “Si queremos un mundo de paz y de justicia debemos poner la
inteligencia al servicio del amor”. Así, amar y comprender se unen para
servir, desde la empatía, desde la voluntad de construir un bien
común. Porque si la cultura y la verdad nos hace libres, el amor y la
voluntad nos hacen fuertes, y la unión de todos ellos hace que esta vida que
nos ha tocado vivir sea más plena y llena de sentido.
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