En el año 380 a.C. el gran filósofo Platón en el séptimo libro
de su obra “La República” planteó el “El mito de la caverna” y nos
mostraba cómo los hombres, aprisionados por cadenas, son expuestos a una
percepción falsa de la “realidad”; siendo manipulados por seres de más poder
que los condenaban a la ignorancia utilizando formas y hogueras que proyectaban
una verdad distorsionada; sin embargo, solo aquellos que lograban liberarse de
las cadenas, mirar hacia otro lado y luchar por salir de este lugar, eran
dichosos de aprender y ver una nueva realidad a través del conocimiento.
La filosofía de vida actual
nos presenta dos formas de ver la
realidad, dos caminos contrapuestos que se originan y finalizan fuera del
orden económico.
El camino de la
maximización, propio de la economía liberal, plantea una
falsa realidad, una realidad distorsionada, si así se la puede denominar, que
intenta facilitar al hombre un paraíso terrenal que cubre todas sus sueños e
ideales en el ámbito material. Poseer cosas y más
cosas. Nos hacen creer, que mientras más posesiones tengamos, dirigiremos a
otros o tendremos mayor Valor sobre otros; especialmente, si
hablamos de dinero.
Pero es indudable que este camino es un callejón sin salida, que no logra su objetivo. El
hombre encerrado en una caverna y aprisionado por cadenas se siente vacío,
desvinculado definitivamente de su fin sobrenatural y de su vida emocional, se
encuentra imbuido de un profundo egoísmo, posee todos los bienes, todo el
confort, pero inmerso en un intenso divagar sin esperanza, no logra lo que se
propone, no puede consolidar su vida en un mundo artificial.
Esta
malformación que se produce en la mente humana adormece al hombre y no le
permite comprender la gravedad del problema en que lo han sumergido, y solo
puede ser corregida desde lo cultural y lo educativo.
El
otro camino, el camino de la Solidaridad,
propio de la Economía Natural, vuela
alto; propone un hombre íntegro, que desarrolla sus capacidades corpóreas y
espirituales, un hombre pleno, feliz, humilde y sabedor de sus limitaciones,
pero promotor de un ambiente solidario. Un hombre que trasforma el vuelo en un
despliegue sólido y permanente. Un hombre, de carne y hueso, que todavía sueña,
mantiene ideales, trae hijos al mundo.
Un
hombre que necesita y exige “coherencia
y compromiso” para cortar las ataduras que nos mantiene retenidos en la
caverna; si queremos comprender y crear una nueva realidad, debemos comenzar
por realizar cosas nuevas distintas a las que veníamos desarrollando, para de
esta forma obtener resultados distintos.
Esta nueva percepción
de la realidad que transita el camino de la Solidaridad encuentra en las Cooperativas a su mejor aliado. Ellas,
las cooperativas, le dan la impronta insustituible de la solidaridad heredada
de las organizaciones primarias de la vida comunitaria como la familia.
La solidaridad fue, es y
será el principio originario y médula dorsal del movimiento cooperativo en
todos los tiempos. La solidaridad
ocupa un lugar prioritario en el campo económico, en el cuál generalmente las
cooperativas desarrollan sus actividades.
Si
la solidaridad fuese “la mano invisible”
que motorizase el mercado, el instrumento no sería la competencia, y mucho
menos, la concurrencia. Ese motor sería la reciprocidad.
Entre las propuestas de mayor
valía se pueden mencionar la formulación de los principios de las cooperativas
de producción y consumo. Las primeras procuran eliminar la enemistad que se
presenta en forma permanente entre el capital y el trabajo. Las cooperativas de consumo persiguen la
eliminación de la intermediación facilitando, por lo tanto, una comunicación
directa entre productores y consumidores.
Reciprocidad en los cambios, libre y justo intercambio,
estabilidad laboral, distribución equitativa del ingreso, respeto por la
dignidad humana son valores de la economía natural y solidaria.
Son
caminos contrapuestos, que no poseen puntos en común. Se requiere un acto de
sinceridad del hombre, que elija libremente un camino o el otro, sin puntos
medios, sin diagonales, pero asumiendo luego las consecuencias de su decisión:
·
Un camino prioriza la maximización de la ganancia el otro
camino la reciprocidad en los cambios.
·
Un camino tiene el costo de
un peaje: la libertad absoluta de los poderosos sobre los débiles; el
otro solo exige el libre y justo intercambio.
·
Un camino tiene la vía
rápida de la flexibilidad laboral y el
ajuste salarial; el otro la trama segura de la estabilidad laboral y la distribución equitativa del ingreso.
Debemos
despojarnos de ataduras y abandonar esta
“economía de las cavernas”, para de esa forma desplegar las alas de la solidaridad y la reciprocidad, único
camino para comprender que la maximización de las ganancias tiene una cara
contrapuesta: el hambre, la marginación y el fin de la esperanza. Comprendiendo
que “nuestra felicidad es interior y no
exterior y que por lo tanto no depende de lo que tenemos sino de lo que somos.”
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